Genio inigualable del grabado japonés, inspirador del impresionismo y otras vanguardias, Hiroshige deslumbró en Occidente con sus bellas ilustraciones de paisajes de Japón
Hablar de Andō Hiroshige es hablar de uno de los más grandes paisajistas de la pintura japonesa que llevó esta disciplina a un nivel artístico excepcional. Fue uno de los mejores representantes de la escuela de pinturas del mundo flotante, “Ukiyo-e”.
Verdadero mago de la técnica de la xilografía japonesa y, en particular, del grabado, donde Hiroshige nos atrapa con su delicadeza para captar los paisajes en las que el hombre se hace protagonista y los momentos de la vida cotidiana de su ciudad natal.
No cabe ninguna duda sobre su extraordinario talento. Clarísimas muestras de sus facultades innatas las encontramos en las hermosas series de grabados del monte Fuji y las de Edo -actual Tokio- entre otras.
Nada tuvo que envidiar a los artistas de Occidente, Hiroshige demostró con creces su poderoso estilo gráfico. Ningún otro grabador nipón del siglo XIX mostró tanta maestría y dominio de la técnica del grabado.
Un afamado artista en occidente
"El lugar más oscuro está bajo el faro" dice el proverbio japonés, y el dicho se ha hecho realidad en el caso de Hiroshige.
Es increíble que los grabadores nipones no fueran apreciados en Japón hasta no haber triunfado previamente en Europa y América. Este es el caso de Hiroshige que solo después de la venta de sus obras en Londres en 1909 despertó el interés entre los japoneses.
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La moda del “Japonismo”
Baudelaire escribió en 1861 una carta en la que decía: “Hace un tiempo recibí un paquete de japonneries. Las he repartido entre mis amigos”. Al año siguiente se abrió en la rue Rivoli, la calle más comercial de París, una tienda llamada “La Porte Chinoise ”, donde se vendían diversos productos japoneses.
El Imperio del Sol Naciente y su cultura irrumpieron en Europa, sobretodo en París, capital del arte, donde hizo furor todo lo que provenía de Japón.
Auténtica fascinación provocó el arte japonés a mediados del siglo XIX. La tendencia al coleccionismo y el interés por todo lo que proviniera de Japón se llamó “Japonismo”. Las láminas ukiyo-e y la cerámica japonesa, seguidos por tejidos japoneses, bronces y esmaltes cloisoné eclipsaron otras modas y causaron verdaderos estragos entre los movimientos artísticos de la época.
Ávidos de nuevos lenguajes llenos de exotismo, los artistas europeos se vieron cautivados por el fervor por la naturaleza, una montaña o una brizna de hierba sutilmente ordenadas, los colores planos, las líneas descriptivas y decorativas, las composiciones asimétricas. Todo era fascinante, casi idolatrado.
Y la obra de Utagawa Hiroshige se hizo imprescindible para poder explicar esa nueva manera de entender la pintura que se produce en Europa.
Entusiasmados, e incluso con veneración, impresionistas de la talla de Claude Monet o Edgar Degas coleccionaron grabados japoneses. También inspiraron al modernismo y fueron precursores del arte abstracto.
¿Cómo podemos imaginarnos las láminas y carteles de Toulouse-Lautrec sin la influencia nipona? Whistler fue uno de los primeros en introducir en Inglaterra el arte japonés. Óperas de la talla de Madame Butterfly se dejaron llevar, de la mano de Giacomo Puccini, por el Japonismo y más tarde en Turandot.
Y como efecto rebote, también los grabadores japoneses se dejaron influir a su vez por el arte occidental. Pero esto solo ocurrió en una época en la que Japón se abrió a Occidente, después de la restauración Meiji de 1868, acabando con un largo periodo de aislamiento nacional.
Un maestro de las estampas japonesas
Se cuenta que cuando Van Gogh llegó a Arles escribió a Emile Bernard su alegría al encontrar un lugar “tan bello como Japón”, que él nunca había visto y que había podido contemplar a través de las estampas de Hiroshige.
Así llegó el arte japonés a Occidente y, en particular, las estampas. Muchas de ellas fueron a veces utilizadas como ¡material de embalaje para envolver porcelanas que provenían de Japón!
Pero, ¿qué es lo que resulta tan interesante de las estampas japonesas que tanta influencia ejercieron entre los artistas occidentales? Fundamentalmente el predominio del dibujo lineal, la falta de perspectiva, esos colores planos y vibrantes sin sombras, los sujetos descentrados en plena libertad de composición y el exquisito gusto, incluso sublime, por una decoración ordenada.
Aunque al principio los temas que eligió fueron tradicionales: mujeres jóvenes y actores, donde realmente destacó de una manera rotunda fue en el paisaje con la serie “Las Cincuenta y tres etapas de la ruta de Tokaido”.
Utamaro, Hokusai, y Sharaku fueron algunos artistas contemporáneos de Hiroshige.
Su febril actividad le consagró como autor prolífico como pocos. Se ha estimado que Hiroshige llegó a estampar ¡más de 5.000 impresiones! y que alrededor de 10.000 copias salían de algunos de sus planchas de madera.
Curiosamente, mientras el arte japonés se hacía popular en Europa, al mismo tiempo, la “Occidentalización” llevó a una pérdida de prestigio para esas estampas en Japón.
Hoy en día las estampas japonesas se continúan produciendo. Un ejemplo de ello es su reproducción en postales y calendarios.
El pueblo nipón derramó lágrimas de dolor cuando murió por una epidemia de cólera a los 62 años de edad.
Su verdadero nombre es Ando Tokutaro, aunque también se le conoció con dos nombres: Utagawa Hiroshige o Ichiyusai Hiroshige.
Nacido en Edo -la actual Tokyo- en 1797, en un comienzo fue bombero, como su padre. Es conocida su afición al dibujo desde muy niño. Casi a la vez quedó huérfano de padre y madre cuando solo contaba doce años de edad, adquiriendo el puesto de su progenitor como guarda de incendios. Tan pronto como le fue posible, Hiroshige trasmitió el puesto a su hijo para dedicarse plenamente a su arte.
En 1811 entró a formar parte de la escuela de Ukiyo-e con el maestro Utagawa Toyohiro del que tomó su nombre y firmó sus obras con el nombre de Utagawa Hiroshige, convirtiéndose en el mejor xilógrafo de paisajes.
En el terreno sentimental, Hiroshige se casó dos veces. Su primera esposa era la hija de un samurai. Fue ella quien dio a luz a su único hijo Nakajiro que murió a la edad de 20 años.
Dos años antes de su muerte tomó los hábitos religiosos como sacerdote budista rapándose la cabeza. Se considera que murió en el momento más apropiado, ya que, a menudo hablaba de retirarse del mundo del arte antes que la edad y la fatiga le obligaran a apartarse de su obra.
El pueblo nipón derramó lágrimas de dolor cuando murió por una epidemia de cólera a los 62 años de edad.
Gran bebedor de sake
Poco más se sabe de su vida adulta, pues era común en el Japón de aquel entonces que los artistas de clase baja solo se les reconociera por su obra sin tener en cuenta los detalles personales.
Sí nos ha llegado alguna curiosidad como la de su gran afición por viajar y sus tendencias sibaritas, a pesar de sus escasos recursos. Gran bebedor de sake, sin caer en la adicción, al igual que su segunda mujer y un amante de los platos exóticos y de gustos extraños. Era fuerte, astuto y perspicaz de temperamento y robusto, de tez rojiza en cuanto a fisonomía.
Como verdadero artista que fue, nunca se preocupó de sus escasos medios de vida. Sin llegar a la miseria, no estuvo pendiente de sus ganancias sino únicamente de su trabajo. Incluso llegó a acumular deudas pero sin dejar de trabajar y de ingresar dinero fruto de su producción artística.
Vivió una vida pura y modesta. No se cansaba de hacer visitas a distintos lugares bajo todo tipo de condiciones meteorológicas especialmente con lluvia o nieve, de día y de noche, no tanto para pintar como para disfrutar de la naturaleza.
De pluma fácil, Hiroshige también fue un excelente poeta. Gran aficionado a la narrativa y buen compositor de poemas cómicos, los que firmaba como Utashige. Pero indudablemente, su mayor logro fue el de ser un verdadero maestro en captar la naturaleza haciendo sus ilustraciones incomparables.
Gracias al genial Andō Hiroshige, los occidentales podemos disfrutar de los paisajes japoneses a través de sus magníficas ilustraciones.
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